El huracán
Buenos días buenas madres,
Realmente no tengo nada que decir, esta semana no hay actividades ni talleres, pero… me he enterado que os gustan mis correos, tanto elogio me ha llenado el ego y he acabado por pensar que tengo algo que decir y alguien a quien le interese.
Se va acercando el fin de año, estamos en plenas navidades y os escribo desde el pasado, desde mi yo del día 22 de diciembre, el único que tuvo un momento para poder escribir (tengo un mono amaestrado que manda los correos cuando le pido). Con la perspectiva de las navidades por delante, confieso que no estoy muy alegre, la verdad. Hay demasiada gente que no puede llegar ni siquiera a un mínimo en la expectativa colectiva de consumo y felicidad y resulta injusto y frustrante. Para compensarlo tengo todo el propósito de comerme todo lo que me ofrezcan. Así, con la boca llena, no tendrá nadie que escuchar mi farfullar acerca de la obligada felicidad; la iglesia y la economía de mercado, que casi es lo mismo y el guiri con barba y botas que anuncia coca-cola.
Una cosa sí que me ilusiona, el fin de año: me parece genial que todos juntos nos detengamos un minuto a dejar pasar el tiempo y sentir su efecto: qué meditación tan extraordinaria, imaginaos si lo hiciéramos cada día. Miro hacia el año que viene como un año de felicidad total, de perfección: el 2014 ha sido tan complicado… amistades que se rompen, parejas que se alejan, hijas que se rebelan, casas que se encaotizan, familias que nos duelen, trabajos que se largan, dineros que se vuelan, pasados que nos atrapan… qué carnicería. Ha traído más de lo que se ha llevado al fin, pero una no esperaba verse así, siempre en medio del huracán un día tras otro. Ahora me encuentro en un entorno mejor, más amable nuevo y seguro y en un tiempo olvidaré el hecho de que esto es así porque el 2014 arrasó con todo y se llevó lo viejo, lo ligero y lo prescindible. En todo caso, creo que he tenido ya suficiente huracán.
Mi yo de ahora, el que aún no conozco, está en lo que se supone que son vacaciones: seguramente mi pareja se fue a trabajar, porque es autónomo y se lo trabaja todo y como no hay grupo de crianza tengo a Lilah colgando de la teta o experimentando libremente con todo lo que se pueda dispersar en trozos y como no hay escuela, Maia canta, se concentra en conseguir cualquier objeto que su hermana atesore y grita reclamando algo, lo que sea: el verbo quiero y dame está en todas sus frases… la ropa sucia se eleva hacia el cielo y yo me muero por hablar con alguien que no derive todas las conversaciones hacia Pepa pig. Las vacaciones son otra cosa ¿verdad? Todo es otra cosa en realidad, aunque la maternidad sea un cambio muy buscado y muy querido, muchas veces entra en conflicto con lo que éramos. Tener una familia no me parece una fuente de seguridades ni de gentilezas, sino más bien de conflictos y rebeliones constantes. Hay dosis de cariño inimaginables, las canciones de amor ahora sí tienen sentido, pero.. sufro más que una esclava de plantación algodonera. Puede que piense esto porque en mi familia de origen solo se entrenaron en lo de sufrir y quizás tiendo a ese camino por sentirme más como en casa, pero luego voy viendo que estáis todas igual de neuróticas que yo (sin ofender). Sé que también apretaríais el botón de eject en vuestras casas algunas tardes y mandaríais a toda la familia a volar por las nubes de Barcelona.
Bueno, volvamos a la ilusión del fin de año… Como si no fuera a traspasar ese segundo de cambio, me dan ganas de dejar aquí un cierto legado, por si no hubiera un día de mañana o este fuera tan distinto al de hoy que ya no fuera yo. Si tuviera que escoger entre todo lo que quiero contarte te diría:
No dejes que nadie te diga como tienes que ser como madre. Hay libros maravillosos en los que todos creemos, dicen muchas veces lo que necesitamos oír: que hay un mundo ideal y feliz. Que si te acercas a tu hijo en cierta postura, con aquel tono de voz, con las palabras dictadas, con la emoción correcta y esa sintonía de pensamiento, tu hijo va a reaccionar como esperas. Esto algunas veces es verdad, pero ¿y cuando no lo es? ¿De quién es la culpa? ¿Es sincero estar sintonizando con un gesto aprendido? ¿Y si se te va de las manos y traicionas tres capítulos del manual de crianza con apego en una sola tarde? ¿ya no eres una buena madre? ¿te expulsan de la Xell si más de dos veces coges la mano de tu hijo y le pones la chaqueta a la fuerza con un grito? Llegamos a leer auténticas bibliotecas buscando la perfección; hacemos cursos, buscamos casas en el campo donde estar en contacto con nuestro ser más auténtico pero… Nuestros hijos tienen derecho a ser egoístas, quejicas, mamones y a tener mal gusto y nosotras tenemos derecho a gritar si creemos que no nos están escuchando, a llorar si nos angustiamos, a querer abandonar (¿una o dos veces al día?), a equivocarnos (¿tres o cuatro veces al día?), a rasgarnos las vestiduras cuando nos ningunean (como un deporte), a ser y sentir como queramos. Me gustaría a veces desaparecer, dejar de ser, fundirme en la tierra, ser la fruta que alimenta a mis hijas nutrida por esa tierra y ese agua que también serían yo, pero por ahora estoy aquí dentro de este cuerpo de madre cansada para que coman, duerman y no pasen frío y también para quererlas y llevarles la contraria, dejarlas en ridículo y para que me teman y me odien si hace falta. Sé como quieras y puedas ser y como dijo Lacan (me lo dijo Manel, que sí lo leyó y me regaló esta frase): no luches contra ellos, vive con tus síntomas.
Os deseo lo mejor mis madres queridas (a las barbudas también). Si no se os llevó el huracán, nos veremos en las madrinas el año que viene.
Realmente no tengo nada que decir, esta semana no hay actividades ni talleres, pero… me he enterado que os gustan mis correos, tanto elogio me ha llenado el ego y he acabado por pensar que tengo algo que decir y alguien a quien le interese.
Se va acercando el fin de año, estamos en plenas navidades y os escribo desde el pasado, desde mi yo del día 22 de diciembre, el único que tuvo un momento para poder escribir (tengo un mono amaestrado que manda los correos cuando le pido). Con la perspectiva de las navidades por delante, confieso que no estoy muy alegre, la verdad. Hay demasiada gente que no puede llegar ni siquiera a un mínimo en la expectativa colectiva de consumo y felicidad y resulta injusto y frustrante. Para compensarlo tengo todo el propósito de comerme todo lo que me ofrezcan. Así, con la boca llena, no tendrá nadie que escuchar mi farfullar acerca de la obligada felicidad; la iglesia y la economía de mercado, que casi es lo mismo y el guiri con barba y botas que anuncia coca-cola.
Una cosa sí que me ilusiona, el fin de año: me parece genial que todos juntos nos detengamos un minuto a dejar pasar el tiempo y sentir su efecto: qué meditación tan extraordinaria, imaginaos si lo hiciéramos cada día. Miro hacia el año que viene como un año de felicidad total, de perfección: el 2014 ha sido tan complicado… amistades que se rompen, parejas que se alejan, hijas que se rebelan, casas que se encaotizan, familias que nos duelen, trabajos que se largan, dineros que se vuelan, pasados que nos atrapan… qué carnicería. Ha traído más de lo que se ha llevado al fin, pero una no esperaba verse así, siempre en medio del huracán un día tras otro. Ahora me encuentro en un entorno mejor, más amable nuevo y seguro y en un tiempo olvidaré el hecho de que esto es así porque el 2014 arrasó con todo y se llevó lo viejo, lo ligero y lo prescindible. En todo caso, creo que he tenido ya suficiente huracán.
Mi yo de ahora, el que aún no conozco, está en lo que se supone que son vacaciones: seguramente mi pareja se fue a trabajar, porque es autónomo y se lo trabaja todo y como no hay grupo de crianza tengo a Lilah colgando de la teta o experimentando libremente con todo lo que se pueda dispersar en trozos y como no hay escuela, Maia canta, se concentra en conseguir cualquier objeto que su hermana atesore y grita reclamando algo, lo que sea: el verbo quiero y dame está en todas sus frases… la ropa sucia se eleva hacia el cielo y yo me muero por hablar con alguien que no derive todas las conversaciones hacia Pepa pig. Las vacaciones son otra cosa ¿verdad? Todo es otra cosa en realidad, aunque la maternidad sea un cambio muy buscado y muy querido, muchas veces entra en conflicto con lo que éramos. Tener una familia no me parece una fuente de seguridades ni de gentilezas, sino más bien de conflictos y rebeliones constantes. Hay dosis de cariño inimaginables, las canciones de amor ahora sí tienen sentido, pero.. sufro más que una esclava de plantación algodonera. Puede que piense esto porque en mi familia de origen solo se entrenaron en lo de sufrir y quizás tiendo a ese camino por sentirme más como en casa, pero luego voy viendo que estáis todas igual de neuróticas que yo (sin ofender). Sé que también apretaríais el botón de eject en vuestras casas algunas tardes y mandaríais a toda la familia a volar por las nubes de Barcelona.
Bueno, volvamos a la ilusión del fin de año… Como si no fuera a traspasar ese segundo de cambio, me dan ganas de dejar aquí un cierto legado, por si no hubiera un día de mañana o este fuera tan distinto al de hoy que ya no fuera yo. Si tuviera que escoger entre todo lo que quiero contarte te diría:
No dejes que nadie te diga como tienes que ser como madre. Hay libros maravillosos en los que todos creemos, dicen muchas veces lo que necesitamos oír: que hay un mundo ideal y feliz. Que si te acercas a tu hijo en cierta postura, con aquel tono de voz, con las palabras dictadas, con la emoción correcta y esa sintonía de pensamiento, tu hijo va a reaccionar como esperas. Esto algunas veces es verdad, pero ¿y cuando no lo es? ¿De quién es la culpa? ¿Es sincero estar sintonizando con un gesto aprendido? ¿Y si se te va de las manos y traicionas tres capítulos del manual de crianza con apego en una sola tarde? ¿ya no eres una buena madre? ¿te expulsan de la Xell si más de dos veces coges la mano de tu hijo y le pones la chaqueta a la fuerza con un grito? Llegamos a leer auténticas bibliotecas buscando la perfección; hacemos cursos, buscamos casas en el campo donde estar en contacto con nuestro ser más auténtico pero… Nuestros hijos tienen derecho a ser egoístas, quejicas, mamones y a tener mal gusto y nosotras tenemos derecho a gritar si creemos que no nos están escuchando, a llorar si nos angustiamos, a querer abandonar (¿una o dos veces al día?), a equivocarnos (¿tres o cuatro veces al día?), a rasgarnos las vestiduras cuando nos ningunean (como un deporte), a ser y sentir como queramos. Me gustaría a veces desaparecer, dejar de ser, fundirme en la tierra, ser la fruta que alimenta a mis hijas nutrida por esa tierra y ese agua que también serían yo, pero por ahora estoy aquí dentro de este cuerpo de madre cansada para que coman, duerman y no pasen frío y también para quererlas y llevarles la contraria, dejarlas en ridículo y para que me teman y me odien si hace falta. Sé como quieras y puedas ser y como dijo Lacan (me lo dijo Manel, que sí lo leyó y me regaló esta frase): no luches contra ellos, vive con tus síntomas.
Os deseo lo mejor mis madres queridas (a las barbudas también). Si no se os llevó el huracán, nos veremos en las madrinas el año que viene.
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