Sobreviviendo al verano semana 0
Buenos días,
Llega la hora de la reflexión: como siempre miro un pequeño documento que hago entre semana, en el que apunto algunas ideas y como siempre decido no usar ninguna de ellas. También a menudo, reviso el apartado en el que me digo a mi misma: no puedo hablar de esto: para hablarlo. Mi convición es que nada hay que no podáis entender ni hay nada que no pueda yo contar sin quedar en ridículo. Vamos a por ello: obviamente escojo el tema que menos querría contar.
El domingo nos habían invitado a un pic-nic de cumpleaños y a pesar de que me dolía todo de tanto ser madre en la semana, arrastré mi cuerpo hasta la diagonal para coger el autobús. El caso es que al llegar allí el autobusero al que hacíamos señas desde nuestra carrera hacia él y las tres mujeres que esperaban que las recogieran en la parada, vimos cómo el conductor pasaba de nosotras y seguía hasta el semáforo. Por lo visto ninguna habíamos hecho una señal protocolaria, ellas se acercaron levantándose y nosotras solo corríamos hacia él con dos niñas a cuestas. No nos hizo ninguna gracia que nos dejara allí y empezamos a hablar, de repente se hizo el silencio y el autobús no avanzaba a pesar de no estar abriendo las puertas y notaba yo una ausencia en el cogote. Y entonces intuí cual era la escena y luego la vi: Sí, mi marido estaba en medio de la Diagonal parando el autobús con su propio cuerpo, de hecho estaba con la nariz a un milímetro del autobús y muy tranquilo como siempre, porque Javi, tenéis que saber, que no pierde casi nunca la calma, lo cual es muy útil para un parto en casa pero peligroso para el día a día. Mi cansancio era enorme y la situación era desde luego lo que menos me apetecía en ese momento, tenía estas opciones: coger a mis niñas y hacer que no conozco al hombre, intentar hablar con el conductor para ver si entre dos lo lográbamos o gritar como una histérica por la tensión acumulada en las últimas semanas y dejarme estallar con la mecha prendida por la situación. Y sí, escogía la peor, lo siento. Pero, todo tienen un lado bueno: cuando una se equivoca, le llueven los aprendizajes y esto fue lo que aprendí:
1. Estoy harta de no poder controlar las situaciones. Con las niñas constantemente me encuentro donde no querría estar: querría salir de casa pero lo que estoy haciendo es poner zapatos, perseguir niñas, coger una lista de 30 cosas que por si acaso (y siempre dejo lo más importante!); salir de casa se convierte en un estar saliendo que no termina nunca de formularse en pasado y desafía la línea del tiempo tal como la concibe la ciencia. Más ejemplos: el día que una necesita estar tranquila, una o dos enanas deciden que es el día infernal en el que van a destruir el hogar, los juguetes y la paciencia de la madre con sus llantos, peleas y quejas y desagradecimiento constantes. Es lo que hay, dicen muchas situaciones, no se puede cambiar: y yo me deshago, me enfado o me hundo en ellas, no las soporto. El caso es que esto tiene que cambiar pero aún no encontré qué pregunta tengo que hacerme para poder encontrar respuestas con las que madurar en este sentido y mantenerme en mi misma y dejar fuera de mi, esta necesidad de control tan agobiante. Se aceptan propuestas.
2. Que no soy exactamente yo la que elige el camino a seguir. No estoy hablando de la decisión unilateral y sin anticipación que tomó mi marido de poner un 25% de la familia frente a un autobús de los de 7 toneladas. Estoy hablando de que sentí que la que estaba gritando en la diagonal era más bien la consecuencia de ser hija de una madre, de muchas cosas del pasado, el cuerpo cansado también ayudaba a gritar, era entre todo algo que poco tiene que ver con la consciencia: miedos muy arraigados, nada que visto en perspectiva pueda yo identificar como mío, más bien es mi sombra, mi detritus, mi cadáver. No sé si me entendéis: siento a menudo que no mando sobre mis acciones: lo hacen mi pasado, mis miedos. Ya me estoy moviendo y yo ni siquiera he levantado el dedo para decir a donde quiero ir, pero una vez hecho el primer paso, solo queda ya precipitarse.
3. Que cuando estás cansado hay que quedarse en casa y NO HACER NADA. El otro día le decía a Patricia que deberíamos hacer un retiro en su yurta en el que conseguir pasar 24 horas sin hacer. Nos saldría un poco caro (es que yo querría que si me pica una oreja no tener ni que rascarme, ni decirlo y eso claro, sensores conectados al cerebro, tecnología punta, personas disponibles para rascar de pies a cabeza, alimentar por sonda... saldría caro, voy a buscar esponsor).
Bueno, ya me tengo que ir, dejando de lado estos aprendizajes, si se les puede llamar así, espero que encontréis la manera de ir por un camino fácil y aprender sin tener que dejar el alma gritando en medio de la calle.
Un abrazo a todas
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