Una semana fuera de lo normal
Llega el 8 de marzo, cada año tengo que mirar qué caray estamos celebrando: ¿que somos mujeres? ¿que nos pisotearon y levantamos la cabeza? ¿que trabajamos como bueyes y luego en casa seguimos trabajando como nutrias y en la noche como vacas? entonces: que somos esfinges mágicas con maravillosas vaginas, vírgenes milagrosas, que corre la salvagina por nosotras, ¿que somos lo más? Algunas palabras tienen una carga peligrosa: mujer, trabajo, normalidad, madre, niña... El diccionario está lleno de minas antipersona, si pones un pie en trabajo y otro en maternidad sales volando por los aires seguro. Estas celebraciones me huelen a galleta de recompensa, no me interesan. El hecho es que todos perpetuamos la idea que las mujeres somos las responsables del cuidado de los niños y que además debemos trabajar, lucir y brillar. Nos sentimos cómodos con ciertos actos porque responden a ideas preconcebidas, siempre es necesario sentirse un poco en casa, ¿verdad? Hoy vamos a volver a darle vueltas al tema del papel de la mujer y van a venir con los estudios realizados en un grupo de niñas cualquiera y otro de niños de lo más normales, que demuestran que a las niñas les va más el cuidar de los demás y a los niños manejar camiones. Cuidado, porque ahí está la normalidad, que es una especie de pelota que envuelve algunas cosas y otras las tapa. A veces me doy cuenta de que estoy envuelta en la normalidad de algo, he aceptado que algo debe ser así por ser normal; es normal, entonces queda envuelto y fijado y desde ella (la normalidad que habito) solo se ve un sinfín muy auténtico que no muestra nunca otra dirección. Los hombres son así, las mujeres son asá, con sus tres docenas de normalidades de serie. Esto es como dice la biblia, uno ve las normalidades de los otros pero la propia le parece extraordinaria y lejana. Las normalidades encierran conceptos, espacios y cosas, son la membrana que protege tanto la belleza como la basura de nuestra sociedad. Se pueden usar para taparse en la noche, para no tener vergüenza y para posar en ella la pereza, algunas rebotan. Muchas madres nos vamos a dormir con un intenso dolor de espalda y es porque la maternidad te empotra contra una normalidad enorme que envuelve lo materno y lo femenino (me voy a aguantar a medias las ganas de decir que la sostienen una trepa de hombres). Ya en el embarazo se te va hinchando la normalidad más rápido que las patas y la panza. Y luego, un día detrás de otro te la encuentras en tu espacio vital y te estrellas con ella o consigues esquivarla y te pega una colleja, sí, las normalidades también dan colleja, de ahí el intenso dolor cervical. Algunos hombres tienen normalidades desmesuradas y sin que se den cuenta se les ponen duras y enormes y se les desmadran. Mi marido a veces me mira como diciendo ¿qué te pasa? No te entiendo... Le diría: ¿es que no lo ves, que tu normalidad me está metiendo un dedo en el ojo y me está intentando dar por culo? Pero como ya normalmente me entiende poco, se lo suelo traducir: ¿a ti te parece normal que llegues a casa tarde sin avisar, que te comas la comida que he preparado, que vistas la ropa que he lavado, que respires este olor de niños felices que emanamos y solo te salgan las gracias cuando toca? ¿Como es posible que no me mires a los ojos cada media hora y me digas: cuanto esfuerzo estás poniendo en ser madre, que es la cosa más difícil y más alienante que hay en este mundo y encima vivimos en un hogar que no ha tenido que ser clausurado por el departamento de sanidad gracias a ti, porque yo me paso el día fuera y cuando vuelvo ya puedo hacer poquito. No debería mencionar nunca más la palabra ayuda, sino gracias todo el tiempo, por estar conmigo y aguantar que coma como un ogro y que siempre de por supuesto que tu vas a hacer todas esas cosas que no tienes ninguna obligación de hacer porque eres un ser increíble, una ave exótica, una bestia poderosa y bella, espera me arrodillo para continuar... Bueno, una cosa así, supongo que os pasa lo mismo. Las normalidades explotan y algunas te matan con sus pinchos. Mi madre era esquizofrénica, así que la normalidad es un bicho que siempre me ha interesado: nada de lo suyo era normal según el diagnóstico, claro, que te da un doctor en normalidad. Y el caso es que ahora que soy madre de dos, no veo tan extraño querer gritar en la calle o querer matar al marido, hablar con el viento, llorar 20 días seguidos o lanzar todos los muebles de la casa por la ventana. ¿Porqué no nos dejan hacer estas cosas? El amor, el esfuerzo y el revés vital que trae ser madre, está fuera de lo normal, si no te volviste loca o no te pillaron, puedes estar contenta. Vamos, abramos un poco más nuestras normalidades, vamos a imaginarnos bailando por la calle, abrazando a desconocidos, gritando con dolor por la ventana, o con rabia o con gusto. Vamos a imaginar que nuestras hijas pueden ser como quieran; que un hombre puede dar de comer cada día a sus hijos o atender a todas sus necesidades y hacer un verdadero relevo con la madre, de igual a igual; que los niños pueden ser sensibles y cuidar y las niñas no tienen porqué estar cerca de mamá y papá y pueden ser tan brutas como quieran.
Es domingo por la tarde, veo a mis hijas sentadas en la mesa mirando hacia Javi, le hablan y sonríen, lilah lo abraza. Me cuesta creer que sean hijas mías, ¿no os pasa? A veces siento que no sé como ha sucedido todo esto, como si desde el momento en que nos dijimos Javi y yo: vamos a hacerlo, vamos a ver si una pequeña niña quiere venir con nosotros, hasta hoy, el tiempo hubiera dado un salto. La sensación de vacío me atrapa y quiero llenarme de ideas nuevas: no más conceptos viejos, no me sirven: voy a inventar un mundo nuevo para mi y para mis hijas y para ti también si quieres. Salgamos de lo normal, como en un viaje.
Hasta muy pronto madres valientes
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