Uno Excepcional
Estoy aún de vacaciones, ¿menuda palabrita eh? Porque todo el mundo dice vacaciones y una nube de relajación, aventura, diversión, nocturnidad y sexo le cruza por la mente, pero para las madres es lo más parecido que hay a trabajar gratis y más horas que nunca. Mi pareja (abramos aquí un paréntesis, me cuesta un poco hablar de mi pareja porque cada vez es menos mía y menos pareja, eso no significa que no seamos una familia muy unida, lo de familia no se toca, pero ni pareja ni mía, los significados de estas dos cosas se nos cocinaron de tanto ponerles fuego y ahora ya no sé como tengo que nombrarle: el padre de mis hijas me parece que es el insulto que más se usa en estos casos, pero yo preferiría encontrar un nombre más amable para decir en una sola palabra o dos como mucho: hombre con el que comparto mucho, con el que hemos construido una familia y que me ha demostrado que sigue siendo el mismo personaje bello, creativo, rebelde, indomable y único que tanto me gustó y no va a ser ahora una ñoña media naranja cuando siempre fue él todo, una bonita fruta completa. Me he enfadado mucho por esto: -pero... Porqué no sabes a naranja!? Y como vamos a encajar así? Donde está tu parte tierna y cortadita en la que nos unimos? Y no está... No va a estar. Solo me queda ponerme algo bonito que disimule la cicatriz y seguir adelante con mis niñas, mis planes, mis proyectos y mi... Papayo). Decía pues que el papayo se fué para la tierra que lo vió nacer por casi un mes, además de desaparecer antes y después para compensar en el trabajo, que es lo que verdaderamente ocupa tu tiempo si eres un papayo. En fin: he tenido mucho tiempo este verano para perfeccionar mi técnica de madre y de probar la soltería. La crianza te convierte en un ser de otro mundo: te alimentas de pequeños momentos y restos de comida, hablas un idioma que nadie más entiende (además de elastificar tu vocabulario sobre ciertos temas, como los esquimales el hielo, nosotras tenemos siete docenas de palabras para los tipos de caca y moco y clasificamos con certeza varios tipos de llanto), vistes según una funcionalidad curiosa (no reñida con el glamour), nunca de acuerdo con la moda o el clima, sino con las aficiones de nuestro enano en nómina: si le gusta acumular piedras o hojas o ramas de 2 metros y si toma teta cada cuando o le gusta tirar de todo lo que se mueva. Y después de esta transformación que toda flor tiene que hacer para dar fruto, una sigue siendo una flor -esto a mi me desencuentra porque una dice que las mujeres son como flores y una especie de frío me recorre los pistilos porque nuestro atrutinado planeta ha puesto la etiqueta de débil cuando debería haber admirado la delicadez, la de improductivo, con sus ojos solo entrenados en lo cuantificable, cuando debería haber destacado lo valioso y bello. Las flores son símbolos poderosísimos de la belleza, la paz y la transformación, conceptos fundamentales, todo el mundo debería querer ser flor, pero no es así-. Y no sé como hemos venido aquí cuando lo que yo quería era compartir que después de seis años de crianza non stop, he descubierto un mundo lleno de sensualidad y deseo en el calor de este verano. Estoy en la montaña, en una casa donde solo llegan las cabras y algunos agricultores y un sol como para ponerte sal y asarte a la piedra y cuando salimos al río nos cruzamos con algunos vecinos que dependiendo de si me acompaña mi papayo son unos viejetes autentiquísimos de los que no tienen pelitos nasales sino mechones saliendo del agujero de la nariz (alguno creo que se da baño de color, tienen un tinte curioso) y si voy sola entonces son unos morenazos mepasoeldiacultivandoimagínateloqueharíaconunaflorcomotu, o el calvito interesante que me recuerda a un pájaro de las islas o el rastaman o los fruteros (que en la edad afortunada que yo tengo, me gusta el padre y el hijo también, tan acogedora es mi sensualidad que si me presentan al abuelo a lo mejor también me parece de los más erótico). El caso es... ¿Qué hago yo con esta sensación? ¿Es la familia nuclear y monogámica tan inaceptable como me parece? ¿Es lógico encerrar la sexualidad de una mujer dentro del contrato de una familia? ¿Se puede poner en los términos de un contrato algo tan inalcanzable como el deseo o el amor? ¿Habéis recuperado vuestros clítoris o aún son parte del recuerdo? Voy a citar al experto en felicidad (que es lo que todas deberíamos estar buscando ahora mismo como pepitas de oro en el río) Dan Gilbert: “Los niños son como la heroína”. La droga da placer, pero destruye el resto de fuentes de felicidad de una persona, como la familia y amigos. Con los hijos, argumenta Gilbert, ocurre lo mismo. Los padres dejan de practicar sexo, salir con los amigos o acudir a conciertos. “Muchas madres me dicen que sus hijos son su mayor fuente de felicidad y yo les respondo que tienen razón. Si solo tienes una fuente de felicidad, es tu mayor fuente de felicidad”". Qué gracioso el chaval, eh? Pero ya que ha estudiado en Harvard, hagámosle caso y busquemos un poco más allá de nuestras hijas un poco de felicidad de las muchas oportunidades que te da un día: escuchar música, conocer algo o a alguien, desear al frutero (no llevarlo a casa nunca, cualquier ser angelical en la convivencia se convierte en un marido estresante e insoportable), leer poesía, charlar juntas...
Bueno, y después de este poutporrí de ideas que tengo la pocavergüenza de mandaros algunos lunes cuando tengo tiempo, me despido con un abrazo a todas. Espero que nos vemos por el barrio o en las madrinas y también por aquí.
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