Robótica

Esta mañana (si hay una persona que pueda vivir en propia carne la relatividad de la línea temporal, esa es una madre: la mañana en realidad fue un jueves de otra semana pero ahora que hablamos me viene bien ponerla antes de ahora, para que me quede más fresca) estaba en la formación de yoga prenatal y postnatal de Yoga con gracia y empezamos el día hablando del cuidado del bebé, de los primeros días después de nacer y luego tuve que dejar las clases para ir a una reunión de trabajo en un instituto de robótica e informática industrial de universidad. Pensé que este sería el salto de contexto físico y semántico más grande que se pueda hacer una mañana de jueves; y entonces entramos en el laboratorio de robótica en el que unos becarios guapísimos (definitivamente ya soy tal cual como mi madre, que todos los jóvenes me parecen chicos guapísimos) tecleaban en los ordenadores para mover unos brazos articulados. El responsable del laboratorio nos explica que están en proceso de desarrollar un complejo proyecto de robótica para ponerle una bufanda a una persona (como muñeco de pruebas tenían un pelele del tamaño de mi hija mayor). Que por más que habían reunido en una mesa de trabajo a 30 de sus mejores ingenieros, no habían logrado poder crear el algoritmo o reunir los datos que puedan definir lo aleatorio de la realidad, su diversidad: la bufanda se desliza, el niño estornuda, se asusta o quiere hacer un pulso con la máquina. Yo le dije que si me dejaba reunir a 29 madres y un ingeniero seguro que el algoritmo lo sacábamos, no sé si me entendió. Luego también nos enseñó un proyecto en el que dos brazos robóticos podían plegar una camiseta sin soltarla(subrayó), aquí ya yo estaba mirando a ver si aquello era una broma de cámara oculta porque aseguraba que doblar una camiseta sin soltarla es de lo más difícil pero que gracias a años de trabajo habían lograda hacerlo ellos y que el robot pudiera hacerlo. Inspirada por la facultad de matemáticas me puse a hacer la cuenta: hace 10 años que vivo con Javi en casa y siempre ponía y tendía yo las lavadoras (ya os hablaré del porqué digo esto en pasado en otra ocasión) con al menos 6 camisetas tamaño oso pardo para plegar cada semana, con lo que he plegado 2880 veces con las dos manos en los días de suerte y con una mano y otras partes del cuerpo el resto. Y entonces me tuve que guardar las ganas de decirle: pero tío, mándame un becario que me de masaje en lugar de perder el tiempo con estas tonterías por favor, que las camisetas ya las pliego yo. Y luego nos mostraron un proyecto en el que habían conseguido programar unos brazos para que los cuidadores de ancianos pudieran usarlos. Lo que hacían era enseñarles un movimiento y hacer que lo aprendieran para que luego les pudieran ayudar a mover fichas de un juego de mesa. Y aquí ya pensé: qué jodido que las mujeres han cogido siempre la parte de los cuidados como algo inevitablemente propio y siendo la parte menos reconocida, nunca remunerada, siempre invisible y a estos seguro que les dan un premio por doblar una camiseta, poner una bufanda y jugar al dominó con los abuelos y todo sin la parte cálida, sin la sonrisa, las caricias y la entrega de que una persona es capaz. En algún momento me pareció casi ofensivo que un departamento de robótica se hubiera centrado en el ámbito de los cuidados justamente. Después de mis 6 años de viaje por la maternidad y de ver cómo de hechas polvo están las mujeres por la entrega que supone cuidar de alguien y cómo están de pobres sus cuentas corrientes e inciertos sus futuros (cuidado con lo que una madre puede hacer después de haber adquirido los superpoderes que te da la maternidad, pero la palabra antes de comprobarlo es incertidumbre, sí), me chirriaba un poco. También vi que la robótica está en pañales y que por ahora no nos van a invadir o a dominar el mundo, lo que me tranquilizó bastante. Lejos de ponerme guerrera, tiene gracia que haya todo un equipo de ingenieros dedicados a ponerle una bufanda a un pelele y lo presenten con tanta alegría (de verdad el jefe se veía increíblemente orgulloso y agradecido por su trabajo). No cambio en nada mi maravilloso trabajo de madre por estar en un laboratorio tecleando con una camiseta que dice: este verano fui a un campamento de la Nasa y quiero que lo sepas; pero esa confianza y esa seguridad de saber que cuando sepan a qué te dedicas van a flipar… eso no tenemos ahora, pero esperen a ver cuando nuestras hijas crezcan y hayan visto lo mucho que podemos. En unas generaciones si nuestra revolución va adelante, ser madre será lo más.

Que paséis una semana deliciosa, buscando placeres y alegría en este jardín que es la maternidad y en el que soys las flores.

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