Jalapeños con wasabi

Buenos y marcianos lunes,


Me he levantado con un ánimo marciano, hoy es martes por todas partes, aunque intente disfrazarse de lunes con su largo fin de semana detrás. Y siendo hoy día de marcianos, vamos a tener que hablar de la pareja: si hace unos años, viaje en el tiempo de por medio, me hubieran enseñado la cena de ayer por la noche en mi casa, seguramente hubiera decidido criar una familia de gatitos antes de querer tener hijos en pareja. Vivir en pareja no es fácil, criar en pareja, hacer una familia y hacer que pueda sostener un ambiente pacífico y de desarrollo personal feliz, me parece hoy imposible. Ya sabéis que yo llevo la bandera de la maternidad, así que está claro de qué lado me voy a poner. Si yo hago o no hago algo, siempre pasa por pensar si será bueno para mis niñas, para mi, para la familia y si entra en nuestra atmósfera ideológica (es una zona verde densa en mi caso), en el presupuesto familiar y en el tiempo que tenemos. Tengo este circuito tan entrenado que proceso en menos de un segundo cualquier evento, suceso, compra e información que llegue. Zás! Superpoderres maternos. Esta capacidad debe venir con el torrente hormonal del parto porque si no no se explica que mi pareja, que podría admirar y aprender de este ejemplo, sea capaz de comprar zapatos con cordones para niñas de 3 años, refrescos con lactosa y azúcar, mousse de pato cuando somos casi veganas, gilipolleces por 600€ que terminan bajo el sofá, y podría llenar los carácteres permitidos en un correo pero mejor pongo un etc. Luego está el tema solidario: superpoder también materno que debería expandirse por el mundo y vean, se expande, pero se salta al individuo que tienes al lado. Después del currazo que nos pegamos para estar allí, porque solo estar presente ya es un trabajo de 24 horas, dar teta, dar emoción, materia gris y cuerpo para sostener y ayudar, dar alimentos, calor e información y consejo y una gran lista de dares por los que nada comestible se recibe a cambio, una reciba para empezar unas buenas quejas y luego una serie de marcianadas a destajo que algunos días ni sabes de donde te vienen: culpar a la madre de una actitud de la hija, dejar de dar gracias por todo lo que hacemos y dificultar nuestro trabajo con incontables obstáculos físicos como la colección de bicis del pasillo, y los zapatos del 45 o intangibles como la incapacidad para poner un límite a tiempo y con amor, ir a dormir en un ambiente tranquilo, llevarme la contraria al dar instrucciones, necesito otro etc, que el sol está saliendo...


En el día de hoy me apetece más comer unos jalapeños rebozados en wasabi que hablar con el individuo que duerme a dos niñas de mi. Y lo que más me molesta es esta sensación de falta de libertad, porque hasta la idea de seguir juntos pasa por el circuito mental familia-hogar y me sale que no puedo mandarlo a la mierda porque las niñas y porque yo sola y no tengo más que un empleo de seis horas a la semana y una serie de ideas que todas dicen: tu juventud se fue, eres una vieja convencional y sin fuerzas, nadie sospechará de ti: conviértelo en hamburguesas y cobra el seguro de vida.

Hermanas, que no dejemos de vernos y compartir, este viernes o siempre por el barrio.

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